2011 - Ponencia presentada en el X Congreso Argentino de Antropología Social

Fugas de Clandestinidad. Lo clandestino en el texto judicial y en el barrio alrededor del ex Centro Clandestino de Detención “Automotores Orletti”.

Boland y Castilla, Jimena. Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Butto, Ana. Facultad de Filosofía y Letras, UBA. CONICET, Asociación de Investigaciones Antropológicas.
Portos, Joan Manuel. Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

Introducción

El presente trabajo se enmarca en los trabajos de investigación desarrollados para el Proyecto de Extensión Universitaria “Memorias de la política: dictadura y cotidianeidad en el Barrio de Floresta”, desarrollado por el Grupo de Estudios e Investigación en Memoria Política1. El objetivo de investigación perseguido es describir y analizar las memorias de los vecinos de “Automotores Orletti” durante los años de su funcionamiento como Centro Clandestino de Detención (CCD).
Con el objetivo de indagar la relación entre el CCD “Automotores Orletti” y el barrio en el que se encontraba inmerso, nos proponemos reflexionar en torno al modo en el cual se ha construido la categoría de clandestinidad desde el ámbito de la justicia institucional y desde la perspectiva de aquellos sujetos que han tenido una relación directa con esta institución represiva por su proximidad geográfica, con el objetivo de sumar aquellos sentidos que, pensamos, han interpretado lo clandestino. Para ello, tomaremos algunos aspectos de la causa judicial que investiga los hechos sucedidos en “Automotores Orletti” y el trabajo de campo etnográfico que venimos realizando desde 2008.

Orletti y ‘lo clandestino’ desde el texto judicial

Una parte de este trabajo se basa en la lectura de partes del proceso de instrucción de la causa judicial que investiga los hechos ocurridos en “Orletti”. La misma está caratulada con el nombre “Vaello, Orestes Estanislao y otros s/ privación ilegal de la libertad agravada” bajo el numero 2637/042 y está a cargo de la Secretaría nro. 6 del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal nro. 3, a cargo del Juez Rafecas. El texto en cuestión remite al procesamiento con prisión preventiva de Néstor H. Guillamondegui (Comodoro de la Fuerza Aérea), Rubén V. Vísuara (Coronel del Ejército Argentino), Eduardo R. Cabanillas (General de División del Ejército), Honorio C. Martínez Ruiz (ex agente de la Secretaría de Inteligencia del Estado) y Raúl A. Guglielminetti (ex agente civil de inteligencia del Ejército). Esta causa se inserta en la investigación más amplia que lleva adelante este juzgado en torno al ámbito bajo dependencia del Primer Cuerpo de Ejército, del cual dependía “Automotores Orletti”.
A partir de la lectura del considerando primero de la causa, “Génesis del Plan Clandestino de Represión”, y en torno a la problemática del funcionamiento de los CCDs durante la última dictadura, Rafecas, para realizar un análisis general, retoma los aportes de Luis A. Romero y Marcos Novaro. Estos autores plantean la existencia de dos órdenes complementarios en los que se encontraba desdoblado el Estado durante la última dictadura: el primero, “público, apoyado en el orden jurídico que la misma dictadura estableció” o “ajustado a la legalidad del régimen y, por lo tanto, visible”; y el segundo, “clandestino” o “soterrado, ilegal”.
En el planteo del juez Rafecas lo clandestino reviste un carácter doble: lo clandestino como ilegal, que se opone al Estado de derecho y como secreto u oculto. Esta concepción de clandestinidad deviene de la idea de Estado moderna, en la cual estarían conviviendo dos órdenes: aquel que tiende a mantener el orden establecido (Estado policial) y el que garantizaría las libertades de los ciudadanos ante los avances de sí mismo (Estado de derecho). Bajo esta lógica, para el caso de la dictadura en nuestro país, el juez entiende que:
“Las pulsiones del Estado policial (…) finalmente rompieron los últimos diques de contención que le ofrecían resistencia desde el Estado de derecho y anegaron todos aquellos espacios de derechos y libertades a los que desde siempre apuntaron y que hasta ese momento tenían resguardo de la ley, mediante el empleo de un poder autoritario y manifiestamente ilegal.
(…) prefirieron una solución aún más drástica, como lo fue la de transferir todo el aparato bélico de poder estatal a la más pura clandestinidad, esto es, a la más abierta ilegalidad”. (Causa 2637/04 :18)
Creemos que lo que se da aquí es una equiparación entre clandestinidad e ilegalidad, ya que ellas aparecen como sinónimos en este estado de avance de lo represivo en el que se encontraría en ese momento el Estado.
Si bien entendemos la necesidad de sostener esta noción dual del Estado con el objetivo de poder apaliar los avances más descarnados de dominación, intentando mantener la concepción de Estado de derecho y su corolario cristalizado en la noción de Derechos Humanos como estrategia política de resistencia, consideramos interesante poder pensar al Estado desde una concepción que busque romper con la dicotomía legalidad- ilegalidad a partir de pensarlas a ambas como constitutivas, como prácticas que moldean al Estado y no sólo como periferias que se alejan de los centros de la legalidad, de las prácticas “normales”.
Retomando las ideas de Agamben (2002), entendemos que el Estado tiene la habilidad de traspasar el derecho, por medio de la figura del estado de excepción, que implica la suspensión de los derechos y garantías. De esta manera, sería posible pensar que las ideas de legalidad e ilegalidad se confunden en el accionar estatal y resultarían, por lo tanto, poco claras como categorías explicativas para interpretar dicha coyuntura socio-histórica. Así, siendo el estado de excepción parte constitutiva del Estado, se hace posible la legalización de lo ilegal: la persecución y desaparición de militantes políticos durante la última dictadura militar argentina los ubica en el lugar del homo sacer de Agamben. La existencia de los CCDs puede interpretarse de manera análoga a como este autor entiende el campo de concentración, como “aquel espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla” (Agamben, 2002: 215). En el campo la cuestión jurídica (legalidad/ilegalidad) se hace indistinguible de la cuestión fáctica, “el campo de concentración es un híbrido de derecho y hecho, en el que los dos términos se han hecho indiscernibles” (Agamben, 2002: 217).
A este respecto, coincidimos con Mora en que en estos regímenes “convivían la `legalidad` -con esto me refiero a un orden `legal de facto`- que había implementado la Junta Militar, con la `ilegalidad`” de múltiples prácticas represivas (Mora, 2005 b: 55). De alguna manera, pensar en una dicotomía
legalidad-ilegalidad sería retomar las categorías nativas de explicación de la historia que dan nuestros brujos de tribu3: profesionales del derecho, historiadores, miembros de organismos de Derechos Humanos, entre otros.
En relación al segundo aspecto de esta noción de clandestinidad, el secreto en el que habrían funcionado estas instituciones, el juez plantea:
“Debemos recordar aquí que la cuestión del mantenimiento en secreto del aparato de poder puesto al servicio de la actividad criminal no fue algo privativo del régimen militar aquí en estudio; similar estrategia fue emprendida entre otros, por el nazismo y el stalinismo, siguiendo la lógica de todo modelo autoritario de poder estatal, según la cual „…cuanto más visibles son los organismos del Gobierno, menor es su poder, y cuanto menos se conoce una institución, más poderosa resultará ser en definitiva […] el poder auténtico comienza donde empieza el secreto‟ (cfr. Arendt, Los orígenes... cit., p. 608)”. (Causa 2637/04: 20)
Si bien parecería tratarse de un secreto casi absoluto, resulta sugerente que al pasar de un nivel de análisis más teórico y general a aquel que analiza el caso particular, los alcances de esta categoría (el secreto) se relativizan a partir de pensar y situar a la institución represora en la cotidianidad del barrio. Así, nos permitimos citar en extenso el apartado que se le dedica a “La inserción de „Orletti‟ en la normalidad circundante” en el expediente en cuestión:
“Como antes señalé, este Magistrado, en el marco de estas mismas actuaciones, ha recorrido varios predios en donde funcionaron centros clandestinos de detención bajo jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército, así, entre otros, los denominados como „Atlético‟, „Banco‟, „Olimpo‟, „Vesubio‟ y „Mansión Seré‟.
Ninguno de ellos ha generado en el ánimo del suscripto una impresión tan particular, como el reconocimiento llevado a cabo en „Automotores Orletti‟.
Es que, a diferencia de los otros centros visitados, que o bien estaban disimulados en unidades policiales („Atlético‟, „Banco‟, „Olimpo‟) o bien se encontraban en predios más bien apartados de fincas aledañas („Vesubio‟, „Mansión Seré‟), el inmueble donde funcionó „Orletti‟ era uno más de una larga hilera de casas bajas, en una típica calle, de un típico barrio de la zona oeste capitalina, como era el de Flores.
Su frente muestra la clásica edificación en la cual en la planta baja hay un establecimiento comercial (en este caso, un taller mecánico), con su amplio garaje, y en la planta superior, la vivienda, a la que se accede por una entrada independiente. Linderos, se advierten hogares de clase media. Incluso, como ya señalara, hay en las inmediaciones una escuela primaria. Cruzando la calle, están las vías del tren Sarmiento, y enfrente, a no más de cuarenta metros, otra hilera de viviendas de las mismas características, todo en un barrio apacible y tranquilo, sólo sacudido con cada convoy ferroviario que traspone el lugar.
Con ello quiero decir, que el inmueble de la calle Venancio Flores aquí analizado, tanto antes como después de los hechos aquí investigados, no tenía ninguna particularidad que lo aleje de la condición de ser una casa normal y ordinaria, así como tampoco la arteria en el que estaba enclavado, ni el barrio al que pertenecía.
Lo que causa impresión, es tener la certeza de que durante los más de seis meses en que ese inmueble se convirtió en uno de los campos de detención y tortura más renombrados décadas después, ese ambiente de ‘normalidad’ no parece haberse perturbado; esto es, la cotidianeidad de la casa, de la calle, del barrio, absorbió con naturalidad el terror y la violencia desplegada en ese tiempo en esa casa, como si esa violencia, ese terror, fuera una posibilidad más de darle funcionalidad a esos espacios.
(…)
Quiero decir con esto, que al menos en el ánimo del suscripto, el reconocimiento de lo que fue „Orletti‟ aleja para siempre la imagen estereotipada del centro clandestino como un recinto apartado, erigido en un ámbito policial o militar, al cual nadie se puede acercar y en el cual, dada su conceptual excepcionalidad, prácticamente nada pudo haberse hecho antes ni podrá hacerse después: „Orletti‟ muestra a las claras, que el terrorismo de Estado en la Argentina de 1976 pudo moverse con naturalidad también en espacios de normalidad -y no de excepción-; que no debió enfatizar el secreto sino que actuó a la vista de quien quiera ver y escuchar; que se adaptó para funcionar en un espacio donde antes había un hogar y un taller, y que a su término, aquel hogar y aquel taller regresaron, se acondicionaron y hasta aprovecharon las mejoras efectuadas por los ocupantes anteriores. (Causa 2637/04: 62, 63 y 64, el resaltado es nuestro).
En este último pasaje, el secreto comienza a ser puesto en cuestión. Se habla del lugar que ocupó el predio en el que funcionó el CCD entre los vecinos del barrio: por un lado, la normalidad no parece haberse perturbado produciéndose una suerte de naturalización del terror. Pero, a la vez, podríamos pensar que para naturalizarse ciertas prácticas violentas asociadas a la existencia del centro, tuvieron que darse algunas condiciones de posibilidad y un lapso de tiempo donde esa violencia no apareciera como natural. Si, en paralelo, consideramos que el CCD habría funcionado sólo seis meses, las posibilidades de que esta nueva funcionalidad dada al espacio pasara desapercibida entre los vecinos es casi nula; de allí que el juez concluye que no (se) debió enfatizar el secreto.
Entendemos, por tanto, que en el mismo desarrollo del trabajo de investigación de la causa judicial se produce un desplazamiento desde una categoría teórica (correspondiente a cierto sentido común académico) hacia una que buscaría ser más específica del caso en estudio; de igual modo consideramos que es preciso profundizar la reflexión con un abordaje de trabajo propio de las ciencias sociales en general y del enfoque etnográfico en particular. Por ello, partimos de los aportes de distintos investigadores y de nuestro propio trabajo de campo, con el objetivo de complejizar la mirada atravesando el secreto, ya que estas instituciones no eran ajenas a las miradas de los otros.

Trabajos que han problematizado la cuestión

Trabajos de distintos autores retoman el tema de la clandestinidad y su relación con la cotidianidad circundante durante los años de la última dictadura en nuestro país, así como otros retoman planteos en relación a los campos de concentración durante el nazismo. Nos proponemos recuperar estos aportes en clave crítica para pensar la problemática de la clandestinidad.
Messina (2008) en su análisis del “Circuito represivo Atlético - Banco - Olimpo” plantea que aquello que diferencia a los CCD de los campos de concentración es su “carácter radicalmente clandestino”, significando clandestino: “secreto, ilegal, ignorado, encubierto, oculto, misterioso, impenetrable, escondido” (Messina, 2008:8). Por la descripción desplegada, entendemos que la categoría de clandestino parece tener un alto componente de “institucionalidad”, es decir, en relación a los ojos de la justicia, de la opinión pública; pero no anclada en las miradas esgrimidas desde la cotidianidad.
Por su parte, Águila (2008) se propone, entre otras cuestiones, dar cuenta de las relaciones entre represión y sociedad, para referirse a aquellos que vivieron el período y no estuvieron involucrados en el accionar represivo ni fueron afectados directos, pero que presenciaron o convivieron con la represión y/o fueron vecinos de centros clandestinos de detención. Para definir a estos actores utiliza las categorías “espectadores o testigos” (Águila, 2008:18- 32). Si bien la autora se refiere a los vecinos como espectadores, entendemos que su análisis busca complejizar su lugar en el marco del accionar represivo, dando cuenta de distintas posturas en relación a la dictadura. Permite así vislumbrar que la información brindada por estos “espectadores” ha servido para enriquecer los relatos sobre el régimen represivo.
Planteos como los de Mora (2005 a y b) y Calveiro (1998) nos han servido como eje para interpretar aquellos relatos con los que nos fuimos encontrando en el trabajo de campo. La primera de las autoras plantea en su trabajo sobre el Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea 601:
“que estos centros fueran “clandestinos” no significaba que fueran secretos. Sin embargo, que no fuesen ocultos no implica decir que todos los sujetos percibían por igual la dimensión de este fenómeno nuevo. ¿Es posible ver algo que no se conoce? Considero que su „visibilidad‟ o „invisibilidad‟ estuvo signada por una serie de factores múltiples que fueron desde el miedo, el no saber que hacer hasta la propia conveniencia. Lo que no puede objetarse es que esta situación clandestina, en ese momento era lo „normal‟ y constituyó parte de la cotidianidad” (Mora, 2005 a: 8).
Por su parte, Calveiro (1998) analiza los campos de concentración en la Argentina, enmarcados en la coyuntura político-social de la dictadura militar que permitió su existencia. Pensando en esta mutua implicación, plantea que “el infierno del campo y la sociedad se pertenecen” (Calveiro, 1998:137). “Son parte de una misma trama. Los campos de concentración en tanto realidad negada- sabida, en tanto secreto a voces, son eficientes en la diseminación del terror. El auténtico secreto, el verdadero desconocimiento tendría un efecto de pasividad ingenua pero nunca la parálisis y el anonadamiento engendrados por el terror” (Op. Cit.: 147).
Por lo tanto, esta realidad negada-sabida, este secreto a voces, estas medias tintas son las que aterrorizan. El centro de detención “Automotores Orletti”, en este caso, por su cercanía física, por su estar del otro lado de la pared de una escuela, de casas de familia, enfrente a las vías y terrenos del ferrocarril donde los chicos del barrio jugaban a la pelota “sólo puede existir en medio de una sociedad que no ve, por su propia impotencia, una sociedad desaparecida” (Op. Cit.: 147). En paralelo a esto, la autora plantea que “si había algo que no se podía aducir en ese momento era el desconocimiento (…) aunque la sociedad en su conjunto aceptó la incongruencia entre el discurso y la práctica política de los militares, entre la vida pública y la privada, entre lo que se dice y lo que se calla, entre lo que se sabe y lo que se ignora como forma de preservación (…).En esta coyuntura la sociedad descubrió resquicios” (Op. Cit.: 157), encontró la manera de escapar a las pretensiones de totalidad del poder desaparecedor.
Entendemos estos aportes como fundamentales para pensar la cotidianidad alrededor del ex CCD “Automotores Orletti”, ya no como algo oculto o secreto, sino como realidad conocida de modo parcial, que puede generar terror, pero también disputas.

Orletti y ‘lo clandestino’ desde los relatos barriales

Para poder pensar las relaciones cotidianas que se establecían entre el barrio y el CCD nos centraremos en algunas de las entrevistas realizadas, charlas informales y observaciones de distintas situaciones en el barrio.
En este punto, es preciso hacer una aclaración: no es objetivo de este trabajo hacer un análisis desde la perspectiva de la construcción de memorias. Sin embargo, reconocemos que los relatos recabados en el trabajo de campo son construcciones hechas desde el presente y en ellos operan los mecanismos típicos de la construcción de memoria: trasposición y condensación (Portelli, 1989: 17).
Respecto del CCD “Automotores Orletti”, éste ha quedado inmortalizado en los textos producidos por diversos organismos de Derechos Humanos como la sede del “Plan Cóndor”; ya que allí estuvieron secuestradas personas de diversas nacionalidades de Latinoamérica, fundamentalmente, uruguayos. La estructura represiva dependía, como ya hemos dicho, del Primer Cuerpo de Ejército y en él operaban fuerzas de la SIDE en coordinación con el Ejército Uruguayo.
Alquilado por la SIDE, el espacio donde funcionó “Automotores Orletti” era un taller mecánico ubicado en la calle Venancio Flores (paralela a las vías del ferrocarril “Sarmiento”) entre las calles Emilio Lamarca y San Nicolás, a dos cuadras de la estación “Floresta” del ferrocarril “Sarmiento” de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Del texto del Nunca Más y de la causa judicial se desprende que el mismo funcionó como CCD entre mayo y noviembre de 1976. Aparentemente, el motivo por el cual se abandonara este espacio fue la fuga de Graciela Vidaillac y José Morales en noviembre de 1976.
A partir del análisis de los relatos de los vecinos en torno al CCD “Automotores Orletti” se manifiestan algunas regularidades: no se trata de experiencias explícitamente violentas, sino de recuerdos asociados a las atrocidades a las que eran sometidos quienes se encontraban allí secuestrados. Se trata también de experiencias de convivencia, incluso de competencia por el uso del espacio entre los militares, que se encontraban en el barrio con un objetivo específico, mostrando su capacidad de acción por medio de las armas y aquellos que transitaban por las calles de Floresta como parte de sus recorridos cotidianos.

Diversos relatos dan cuenta de las representaciones acerca de lo que sucedía en el interior del CCD. La casera de la escuela lindera narra lo que le comentara la antigua casera que trabajaba durante el funcionamiento de “Orletti”: “se escuchaban gritos y tiros, desde la terraza de la escuela veía la entrada y salida de los militares con los secuestrados, traían mucha gente y estaban a los gritos, acá a la vuelta mataron a uno dice… que había escapado… no… que lo llevaron, lo mataron… al muchacho…” (Entrevista, junio de 2008). Al respecto, una vecina recuerda que mataron a “un pibe que se escapaba desde la estación de Floresta y que lo engancharon en esa esquina [la esquina de Orletti]” (Registro de campo, octubre de 2010).
Otro entrevistado que tiene recuerdos de su adolescencia en el barrio cuenta que “Nosotros nos juntábamos a jugar en frente [al fútbol, en el parque lindero a las vías del tren]… „Orletti‟ llegaba a un punto donde ya queda instalado en el barrio, o sea, decían los vecinos estos que estaban al lado, en la pensión, que se escuchaban gritos, como que torturaban a personas. Él mismo dice “…y también teníamos un registro que estaban chupando a los pone bombas. A los que podían matar a tu viejo cuando volvía de trabajar…” (Entrevista, febrero de 2009). Un vecino que vivía a la vuelta de Orletti nos relató: “yo tenía un amigo… Se compra su primer auto, un Fiat 600, viene a casa… Me dice: „¿me acompañas que quiero averiguar un garaje para dejarlo?, ¿vamos acá a la vuelta?, a ese taller, que entran y salen autos…‟. Y fuimos a Orletti. Tocamos el timbre porque tenía las persianas bajas lógicamente. (…) Entonces, tocamos el timbre, porque viste que Orletti tiene una puerta al lado, tiene una entrada con una puerta. Sale un chabón, un negro grandote, camisa blanca, bastante bien vestido… o sea, yo te diría, me arriesgaría a decir que era un oficial, por la pilcha. Y el tipo abre un poquito la puerta y dice: „¿Y ustedes dos quiénes son?‟, „No… mirá, yo vivo acá a la vuelta… y me compré un auto, un Fiat 600, quería ver sii… estee si lo podía dejar acá porque yo se que esto es un garaje‟. En ese momento, el tipo se queda callado, abre más la puerta y hizo esto (gesto de apoyarse en la puerta), o sea, nos estaba midiendo. Yo me corro un poco, me apoyo en la pared y le veo el chumbo acá (en la cintura)… Dije ¡es cana! Lo cacé a él, le dije „¡no, no, está bien, nos equivocamos!‟ Porque el tipo le dijo: „Noo pibee… esto no es un taller… no es un garaje‟… Lo cacé al otro y me lo llevé… Y me dice: „¿pero qué te pasa?‟, ‟¡pero es cana boludo! Tenía el… cana o chorro… tenía el chumbo atrás… Vamonos a la mierda, vos y tu auto de mierda la re puta que te…‟ Lo puteé una semana seguida” (Entrevista, septiembre de 2010).
Más allá de las percepciones sensoriales de lo que sucedía detrás de las paredes del CCD, existía una relación directa entre quienes vivían y transitaban en los alrededores de “Orletti” y las Fuerzas que allí operaban. En muchos relatos aparece una intención manifiesta de mostrar el poder de fuego por parte de estas fuerzas. Una señora que vive en el barrio hace más de cuarenta años nos cuenta: “veía como limpiaban los revólveres [gesto con la mano de pistola] paraban los autos acá, de los que paraban en frente [señala Orletti], mi marido venía de trabajar y me decía: allá pasa algo y limpiaban los revólveres…” (Registro de campo, mazo de 2008). Otra señora que no vivía en el barrio en esos años, dice: “Lo que sabían [los vecinos] que arriba en el tanque había tipos con, con ametrallas… que habían sido cuatro meses…siempre cerrado ese portón, que entraban y salían pero que lo levantaban cada vez… que ellos no escuchaban nada, nada más… y que veían los tipos arriba. (Entrevista, marzo de 2009). “Vos tenías gente en la azotea, constantemente armadas, con armas largas… además les gustaba hacer ostentación de las armas, o sea permanentemente vos los veías… Tenían una Mercedes 608, tipo SWAT, verde, tenían un Torino blindado, que estaba al ras del piso (…) [nombra varios modelos de autos que usaban]. La rotación de vehículos era permanente… y ellos siempre salían con varios vehículos a la vez, salían como en grupo” (Entrevista, febrero de 2009).
Experiencias similares, no necesariamente vinculadas al funcionamiento de Orletti son mencionadas en otra entrevista: “me acuerdo un día estar sentado en la puerta de casa a la tarde… y un auto en contramano por San Nicolás, un Falcón… a la vuelta de mi casa estaba Orletti… venían con alguien adentro… habían secuestrado a alguien … yo en ese momento no… después analice esto ¿no? (…) Y era la exaltación… de… venían de conseguir una victoria… venían con la presa, como que cazaron algo, ¿viste como los cazadores? Esa expresión tenían… Porque yo le grité: „¡Estas de contramano!‟ Y el tipo me miró y se sonrió… y me hizo así (gesto) no, no hizo una seña como que me iba a tirar… pero como diciendo: „pibe…(con tono de ironía)’. Yo después con los años me dí cuenta que me estaba diciendo: „acá los dueños somos nosotros si queremos ir de contramano vamos de contramano y si queremos ir con el auto así saltando vamos también…‟. De eso sí me acuerdo” (Entrevista, septiembre de 2010).
Otras interacciones que aparecen en los relatos tratan sobre el uso compartido de espacios adyacentes: “ellos hasta participaban… llegó un momento… donde ellos, hasta jugaban a la pelota también… Estaban ahí, los fines de semana y se armaban un picadito. Nosotros esperábamos a que terminaran y después lo jugábamos nosotros. O no jug… no interactuábamos nunca con ellos, más que charlar pavadas, pero así… imaginate que éramos criaturas… Es más, venían los tipos y nos sacaban a la noche, cuando nosotros nos quedábamos charlando a la noche, en verano4, diez de la noche, venían y nos sacaban a las patadas, era así de fácil: „Cada uno se va para su casa. ¡Corriendo! ¡Los quiero ver correr!‟ Y nos gritaban, nos maltrataban, así… Era una época donde la policía… si vos veías un patrullero, rajabas” (Entrevista, febrero de 2009).

La Fuga

A la vez, un suceso que quedó marcado en los recuerdos de aquella época, y que aparece de manera reiterada en distintos entrevistados, es la fuga de Graciela Vidaillac y José Morales. Distintos entrevistados lo recuerdan de manera particular: “me acuerdo una vez, también, que se escapó una pareja desnuda, serían las ocho de la mañana aproximadamente, pasaron por Emilio Lamarca, hacia Avellaneda (…) Yo no lo vi pero por cinco minutos, yo salía para el colegio y la gente todavía estaba reunida cuando… comentando lo que había sucedido” (Entrevista, febrero de 2009). Otro vecino describe la fuga como si la hubiera presenciado y le asigna un “recorrido” distinto al anterior: “También recuerdo una fuga famosa de Orletti… que fue una mujer, que después fue muy conocida, ahora no recuerdo el nombre… pero… lo sedujo a uno de los guardias… Y aprovechó un descuido y se fue… se piantó… desnuda… estaba con una bombacha, nada más… lo que yo recuerdo son la cantidad de tiros que se sintieron ese día. Porque a la mina la persiguen, ella sale de Orletti, la siguen, le tiran, no le pegan… ella cruza las vías del tren y tiene la suerte de que cuando ella cruza pasan dos trenes. Es muy difícil, en general pasa uno. Bueno, cuando pasan los dos trenes tarda más, entonces por ahí tardan dos minutos. A eso a ella le alcanzó para llegar hasta Rivadavia, subirse a un colectivo. Una persona casi desnuda se sube a un colectivo y le dice „salvame que me están persiguiendo‟ y el colectivo la salvó. Arrancó y se fue. Cuando llegaron a Rivadavia ya se había ido, ni siquiera sabían a qué colectivo se había subido. Eso fue famoso.
P .: ¿Y eso se comentaba en el barrio?
Eso se comentaba… pero se comentaba entre dientes… Ehh… El que no lo sabía… „¿Che pasó algo ayer?‟, „siii parece que siguieron a un ladrón, una ladrona‟… Había mucho miedo, mucho miedo y desconocimiento” (Entrevista, septiembre de 2010).
Otra entrevistada menciona: “se escapó una parejita, desnudos estaban, ahí enfrente [señala nuevamente Orletti], habían hecho una montaña de tierra para que no se viera, ellos cruzaron y en Yerbal los levantó un camión que pasaba por ahí… después se rajaron todos”, Un día estaban reunidos todos ahí, vino un auto y se fueron todos… Nadie sabía nada” (Registro de campo, marzo de 2008).
En este punto se hace necesario marcar la complejidad de la cuestión del “secreto” en relación a “Orletti” y las percepciones/experiencias que tenían quienes vivían en sus alrededores. Del último testimonio citado se puede desprender un dato que aparece en los relatos de otros vecinos con los que hemos mantenido charlas informales: “una montaña de tierra” construida frente a “Orletti”, que todos interpretan que cumplía la función de que “no se viera”5. En esta misma sintonía, se pueden citar varios fragmentos de sobrevivientes que aparecen en la causa judicial, que apuntan a describir diferentes intentos de las fuerzas represivas orientados a “ocultar”, para la población circundante, lo que sucedía allí dentro: el revestimiento con telgopor y cartón de las paredes de las salas de tortura, el encendido de motores, música de Mercedes Sosa y Nino Bravo y discursos de Perón en el momento de las torturas físicas (Causa 2637/04).
El contraste entre estas búsquedas de ocultamiento con los testimonios anteriores puede derivar en conjeturas infinitas que sólo serán eso, conjeturas. Sólo queda la especulación de si fue debido a “desprolijidades” de las Fuerzas que allí actuaban o prácticas tendientes a generar mayor confusión y miedo ante quienes vivían en sus alrededores y sobrevivían en su interior.
De cualquier modo, lo que queda de manifiesto a partir del trabajo de campo, es que en el barrio no se habría producido una naturalización de lo que ocurría puertas adentro del CCD y en sus alrededores; por el contrario, se narran distintas historias (algunas de ellas quizás exageradas) en torno al accionar de la patota y el funcionamiento de la institución. Si bien no es el foco de este trabajo, restaría profundizar, entendiendo que las representaciones sobre el pasado son construcciones desde el presente, qué relación guarda este no-secreto del funcionamiento de Orletti con las experiencias fácticas vividas por los entrevistados. En este punto, entendemos que la saturación del campo es el único recurso para otorgar validez a las fuentes orales.

El dueño del Taller

Un personaje que resulta especialmente interesante y controvertido es el dueño del taller, el dueño de toda la vida, aquel que lo alquiló a los militares6. Si bien se trata de una persona con experiencias cotidianas en el barrio, haber alquilado su propiedad a las Fuerzas lo reposiciona en esta historia. Él menciona algunas de las cuestiones que refiriéramos anteriormente en relación a otros vecinos, sin embargo por la particularidad de su mirada desde un punto decidimos separarlo de los demás.
Según consta en el texto del expediente, el hombre es propietario del local desde 1968 y alquiló el taller en junio de 1976. Según testificó, habría puesto avisos en el diario Clarín y un encargado fue quien realizó el trámite de alquiler. Los interesados en alquilar el inmueble se habrían presentado con los nombres de “Silva” y “Castells” e informaron que usarían el local para “importación y exportación de productos alimenticios” (Causa 2637/04: 30). A su vez, cuenta que a los seis meses de firmado el alquiler por dos años, los inquilinos “avisaron que se tenían que retirar ya que tenían problemas, no aclarando los motivos” (Op. Cit.).
Este relato se enriquece con un fragmento de trabajo de campo en el cual el dueño del taller fue interpelado por la directora de la escuela nocturna que se encuentra detrás de “Orletti”. Mientras manteníamos una charla con ella en la vereda al lado de “Orletti” apareció el dueño y fuimos testigos del siguiente diálogo:
La directora le pregunta si él le había alquilado el local a los militares, “¿usted lo alquiló de buena fe, cierto?”, él le dice: “Si, si. Lo alquilé todo en regla y en orden… sino yo ya estaría preso hace mucho tiempo”. Luego „E‟ le pregunta: „Pero usted… cuando llega la democracia… usted se entera…‟, él la interrumpe (riendo): “No, no, no… yo me enteré mucho antes…(hace una cara como de “obvio”) (…) si soy el dueño… si estuvieron seis meses nada más acá… y se les escapó una chica, no sé que pasó” (Registro de campo, mayo de 2008).
Él desde su posición no desconocía, al menos parcialmente, lo que sucedía en su propiedad. En la charla informal con la directora, considera una obviedad su conocimiento al respecto; sin embargo, esta situación no tiene correlato con aquello que declara en la causa judicial.
Consideramos que sería posible interpretar el trabajo de campo realizado hasta el momento en los alrededores de “Automotores Orletti” como un aporte a las reflexiones anteriormente citadas acerca de que la clandestinidad no implicaba necesariamente el secreto (Mora, 2005; Calveiro, 1998). Es posible dar cuenta de la multiplicidad de percepciones, representaciones y experiencias en relación al CCD de los sujetos que transitaban el espacio barrial y, a la vez, complejizar tanto las ideas en torno a la existencia de un secreto completo, como de una naturalización absoluta de la violencia.

Reflexiones finales

En el presente trabajo nos hemos propuesto reflexionar en torno a la categoría de clandestinidad para el caso de “Orletti”, tanto en su conceptualización desde el ámbito judicial como a partir de algunas cuestiones relacionadas al trabajo de campo.
A partir del tratamiento que se desprende de la causa, y como fuera dicho más arriba, es posible atribuirle un doble significado a la clandestinidad: ilegal y secreto. En cuanto al primer aspecto, creemos que es posible complejizar la dicotomía legal-ilegal desde el ámbito de las ciencias sociales. Sin embargo, resulta complejo retomar estos planteos desde el punto de vista jurídico por sus implicancias políticas: la normalización de ciertas prácticas (ilegales) de Estado. Nos preguntamos, entonces, si ciertas prácticas (excepcionales o ilegales) son inherentes al Estado ¿de qué modo serían clasificables como delitos y susceptibles de ser juzgadas?
Al pensar la relación de aquellos que han tenido experiencias cotidianas con esta institución represiva, sería posible rastrear un sustrato histórico que posibilitaría la aceptación de cierto tipo de prácticas ilegales por parte de las Fuerzas de Seguridad. Es decir, encontramos una relación paradójica con la violencia estatal: sufrida, padecida, tolerada y aceptada a la vez, ya que “las prácticas violentas del estado –ya sea bajo la forma de guerra o de represión– […] constituyen el mayor foco de violencia de las sociedades actuales” (Calveiro, 2008:25) y esta violencia termina por ser aceptada.
En cuanto a la segunda dimensión, el secreto, luego de haber analizado de qué modo aparece en el texto judicial (como secreto absoluto primero y relativizado a partir de la naturalización en el caso concreto después) es posible entender sus alcances a partir de las experiencias de quienes vivieron en las cercanías de este centro clandestino de detención. Más que tratarse de una institución “secreta”, parece constituirse en un espacio social donde la interacción se da de diversos modos: intercambios verbales, autos en contramano, fútbol, armas, vigilancia evidente y fuga; aunque sin llegar a dimensionar la sistematicidad de lo acontecido.
Es posible pensar qué ocurre con el secreto a partir de su disolución, luego de la fuga de las dos personas de este CCD. Pensamos en una analogía con el suicidio del muchacho trobiandés desde el cocotero, relatado por Malinowski en Crimen y Costumbre (1985). En él, una pareja de amantes que mantenía una relación prohibida por las reglas de exogamia fue denunciada públicamente por un pretendiente de la muchacha. Aunque todos tenían conocimiento de tal incestuosa relación, es la publicidad dada por la denuncia del tercero en discordia lo que precipitó el trágico (y para Malinowski, inevitable) final. Para el caso que nos ocupa, es el status público de un acontecimiento el que estaría determinando la toma de decisiones rápidas: el abandono del predio donde funcionaba el Centro7. O en las palabras de un entrevistado ya citado: “cuando la verdad se hizo más pública”.
De este modo, no parece ser el conocimiento por parte de los vecinos de que allí había cierto movimiento militar el que generó el vaciamiento del centro, sino que es su visibilidad a otro nivel la que determinó su desmantelamiento. Así, la fuga estaría dando publicidad, al menos potencialmente, a otros sujetos sociales que serían quienes habrían podido poner en cuestión el funcionamiento del centro clandestino de detención. Tal como aparece en la causa:
“No es casual que el centro de detención se haya cerrado justamente cuando se produjo la fuga de estos dos detenidos, sino que por el contrario, ello obligó a los responsables de „Orletti‟ a abandonarla por cuestiones de seguridad, ya que la fuga de los detenidos constituyó el fin del sistema de clandestinidad y en consecuencia, el riesgo de que el lugar se conociera y perdiera su esencia como sitio inaccesible para eventuales reclamos de terceros” (Causa 2637/04: 35).
Más allá de los sujetos particulares que habitaran y/o transitaran esas calles en esos años, de lo que esta acción –el cierre– permitiría dar cuenta es de la representación de que el barrio no sería, como espacio social, un espacio de la política. Es decir, la visibilidad por parte de quienes tenían experiencias cotidianas no representaba un peligro para el funcionamiento del centro clandestino de detención.
Sin embargo, restaría reflexionar sobre la vinculación de esta noción del barrio como un espacio no-político y el funcionamiento efectivo del CCD, con la existencia fehaciente de la militancia en el barrio. Las últimas experiencias de trabajo de campo dan cuenta de que Floresta, a principios de los setenta, era un espacio en el que la política formaba parte de la vida del barrio. Ejemplos de ello son las Unidades Básicas del barrio, “Caudillo” y “Capuano Martínez”, o movimientos como el de Inquilinos Peronistas o el proceso de lucha para la municipalización del “Corralón de Villas”. Con el avance represivo, hacia mediados de la década de 1970, y la consecuente reconfiguración de las prácticas militantes (específicamente, el pase a la clandestinidad), el barrio continuó siendo un espacio de la política, aunque ya no a nivel territorial: en él existieron, al menos, dos casas operativas de Montoneros (en las calles Corro y Belén) y hubo múltiples operativos de las Fuerzas, así como varios secuestros de militantes.
De esta manera, la articulación de estos ámbitos de producción de sentido (el judicial y la investigación antropológica) nos permiten complejizar el análisis en torno al funcionamiento de una institución represiva particular. Creemos que considerando las miradas desde la cotidianidad son posibles otro tipo de interpretaciones en torno a la vida diaria en la Argentina durante la última dictadura militar, así como esbozar algunas respuestas en torno a las condiciones de posibilidad para la existencia de los centros clandestinos de detención.


Notas

1 Por lo tanto, si bien la autoría de este texto pertenece a tres integrantes del grupo que desarrollamos una problematización particular, con su consiguiente sistematización de los datos de campo, lectura de los documentos y redacción del texto, el trabajo también se le debe a Mariel Alonso, Vanina Dolce, Daniel Rivas y Cecilia Varela.
2 Los expedientes de elevación a juicio oral de la causa se encuentran disponibles en la página del Centro de Información Judicial: www.cij.gov.ar y lo citaremos como Causa 2637/04 y el número de página.
3 Serían aquellos “actores reflexivos cuyas actuaciones han producido políticas y son concientes de las implicancias de sus acciones”. (Tiscornia; 2008:9)
4 Según consta en la causa judicial y en el Nunca Más este CCD habría funcionado entre mayo y noviembre de 1976, sin embargo este entrevistado plantea otro período para el funcionamiento del mismo: él está convencido de que el CCD funcionaba durante el verano, durante sus vacaciones escolares. Este punto será motivo de futuras indagaciones.
5 Vale aclarar que quienes relatan la existencia de esta “montaña de tierra” adjudican su ubicación en el mismo lugar en el que supuestamente se jugaba al futbol, según otro entrevistado. Aunque ambos relatos no son necesariamente contradictorios, por las dimensiones del terreno, pueden ser pensados como puntapié para futuras indagaciones sobre los mecanismos de construcción de memoria.
6 Sin ánimos de establecer valoraciones sobre el accionar de esta persona, no podemos dejar de mencionar que durante el 2007 se descubrió que en la planta alta de lo que había sido “Orletti” funcionaba un taller clandestino de costura en el que se mantenía a inmigrantes de países limítrofes en condiciones de esclavitud. El sector donde funcionaba esta “industria” había sido alquilado por el dueño mientras él mantenía en funcionamiento el taller automotor en la planta baja.
7 Una situación de similares características tuvo lugar en el ex CCD “Mansión Seré” luego de la fuga de tres de los detenidos- desaparecidos que allí se encontraban secuestrados.

Biografía

Águila, Gabriela (2008) Dictadura, represión y sociedad en rosario, 1976/1983. Buenos Aires, Ed. Prometeo.
Calveiro, Pilar (1998) Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires, Ed. Colihue.
(2008) “Acerca de la difícil relación entre violencia y resistencia”. En Luchas contrahegemónicas y cambios políticos recientes de América Latina, López Maya, M., N. Iñigo Carrera y P. Calveiro (comps.), Buenos Aires, CLACSO.
Centro de Información Judicial, Causa 2637/04, Vaello, Orestes Estanislao y otros s/ privación ilegal de la libertad agravada, en www.cij.gov.ar.
Malinowski, Bronislaw (1985) Crimen y costumbre la sociedad salvaje. Barcelona, Ed. Planeta Agostini.
Martínez, Maria Josefina (2004) “La guerra de las fotocopiadoras. Escritura y poder en las prácticas judiciales”, En: Juan Manuel Palacio (comp.) Justicia y Sociedad en América Latina., Buenos Aires, Editorial Prometeo (en prensa).
Messina, Luciana (2008) “El circuito represivo „Atlético-Banco-Olimpo‟: las fronteras de los Centros Clandestinos de Detención”. En: V Jornadas de Investigación en Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Mora, Belén (2005 a) “La reconstrucción de una trama: Mar del Plata y el complejo mundo del „GADA 601‟. La relación entre la sociedad y los campos de concentración”. En: I Congreso Latinoamericano de Antropología, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario.
(2005 b) “Juicios por la verdad histórica, rituales de la memoria. La reaparición de una trama en Mar del Plata” Tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
(2006) “Cuando las instituciones se vuelven invisibles. El Hospital Interzonal y la comisaría 4º de la ciudad de Mar del Plata (1976-1977)”, en Actas del 8° Congreso Argentino de Antropología Social, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.
Portelli, Alessandro (1989) “Historia y memoria: La muerte de Luigi Trastulli”. En: Historia y Fuente Oral, Barcelona, 1: 5-33.
Sarrabayrousse Olivera, María José (2008) “Reflexiones metodológicas en torno al trabajo de campo antropológico en el campo de la historia reciente”. En: V Jornadas de Investigación en Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Tiscornia, Sofía (2008) Activismo de los derechos humanos y burocracias estatales: el caso Walter Bulacio. Buenos Aires, Editores del Puerto.

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